Ella se acostumbró a dormir sin abrazos.
A hacerse cargo de sus líos, a juntar sus pedazos.
Ella se enteró hace un rato que la vida no era un cuento de hadas, pero igual no perdió las ganas.
Ella no se abandona, se abraza más fuerte cuando llegan los malos ratos, cuando nadie quiere volar a su lado.
Ella abre sus alas para volar más alto.
Ella aprendió a descansar, pero no a rendirse jamás.