Las almas maduras transmiten paz, las inmaduras ansiedad. Las primeras son un tejido de templanza, de acciones armoniosas y de miradas profundas, son un reflejo de lo más precioso de todo. Son almas que están siempre a la temperatura justa, listas para obsequiar claridad allí donde haya sombra, deferencia allí donde reina la indiferencia.
Las almas inmaduras quieren todo para sí mismas. No han logrado encarnar totalmente, están en etapa de formación, de gestación.
Las almas inmaduras viven en y para el deseo. Las almas maduras conocen las estaciones del amor, el fuego que necesita cada situación. Oxigenan la vida de quien se acerca a ellas. Son sensibles y amorosas en su comunicación, no hacen ruido, son música. Se han creado así mismas respirando mucho y hablando poco. Ríen mucho, muchísimo, pues saben que la distancia más corta entre dos personas es una sonrisa.
Un alma madura siempre propone, no impone. Su libertad no es negociable ni su paz tampoco. Caminan con pausa, transmiten pausas, son espacios vacíos que permiten y nos permiten nutrirnos, sentir que todo tiene un mejor color. Lo transforman todo en ocasión propicia. Son verdaderos atletas del instante.
Sus raíces están en cielo, por eso contagian abundancia.
Su forma de amar es cautivadora.
Trabajan en la tierra pero disfrutan en el cielo, ellas, sí, ellas, las almas maduras. Empapadas de miel por dentro, huelen a una dulzura que jamás empalaga.
Sus acordes están hechos de hallazgos, sus notas de latidos. Son una sinfonía de luz. Crecen allí donde se encuentren, dan frutos todo el año.
Se alimentan siempre de lo que crece, jamás de lo estancado y menos de lo que está muerto. Su yoga es el momento presente, su religión, el amor, su espiritualidad, la compasión.
Autor: Diego Van
Las almas inmaduras quieren todo para sí mismas. No han logrado encarnar totalmente, están en etapa de formación, de gestación.
Las almas inmaduras viven en y para el deseo. Las almas maduras conocen las estaciones del amor, el fuego que necesita cada situación. Oxigenan la vida de quien se acerca a ellas. Son sensibles y amorosas en su comunicación, no hacen ruido, son música. Se han creado así mismas respirando mucho y hablando poco. Ríen mucho, muchísimo, pues saben que la distancia más corta entre dos personas es una sonrisa.
Un alma madura siempre propone, no impone. Su libertad no es negociable ni su paz tampoco. Caminan con pausa, transmiten pausas, son espacios vacíos que permiten y nos permiten nutrirnos, sentir que todo tiene un mejor color. Lo transforman todo en ocasión propicia. Son verdaderos atletas del instante.
Sus raíces están en cielo, por eso contagian abundancia.
Su forma de amar es cautivadora.
Trabajan en la tierra pero disfrutan en el cielo, ellas, sí, ellas, las almas maduras. Empapadas de miel por dentro, huelen a una dulzura que jamás empalaga.
Sus acordes están hechos de hallazgos, sus notas de latidos. Son una sinfonía de luz. Crecen allí donde se encuentren, dan frutos todo el año.
Se alimentan siempre de lo que crece, jamás de lo estancado y menos de lo que está muerto. Su yoga es el momento presente, su religión, el amor, su espiritualidad, la compasión.
Autor: Diego Van