Nada lastima, envenena, enferma, como la decepción.
Porque la decepción es un dolor que siempre deriva de una esperanza perdida, una derrota que siempre nace de una confianza traicionada, es decir, del giro de alguien o algo en lo que creíamos. Y a sufrirla te sientes engañado, burlado, humillado.