Para que un hombre llegué a entender a una mujer, no debe verla a través de los ojos, ni leer lo que proclaman sus labios, debe sumergirse hasta donde el alma de ella habita, ahí entre pantanos mortales y ríos caudalosos, atravesar los muros que durante años construyeron en ella con tal agilidad que los demonios que habitan su cuerpo no huelan su presencia.
Para que un hombre llegué a entender a una mujer, simplemente debe ser él, sin oro ni plata, sin ego ni rabia.
Debe verla con los ojos del alma, admirar su belleza exótica, sus raíces y sus alas, entonces, solo así, el alma de ella surgirá de entre lo más profundo para cuidarle y amarle toda una eternidad.
