Reniego de ser princesa. Reniego de los vestidos, mis rizos de oro y joyas. Odio mi castillo encantado, mi soledad aún rodeada de mil sombras.
Reniego de mi jaula de cristal. De la torre, del cautiverio. De esperar a ser rescatada. Reniego de mi fragilidad y de mi belleza. Renuncio a los privilegios, al estatus, y a mi castillo.
No quiero un hada madrina que me cosa lindos vestidos para llegar al baile. Tampoco deseo carrozas encantadas o mayordomos. Cambio hada madrina por escoba.
Pero dadme una escoba. Prefiero ser bruja. Quiero sapos y lagartos. No quiero ardillas, conejos, o cervatillos. Quiero jugar con dragones.
Reniego de mi candidez e inocencia. Cambio mi reino por tener astucia y sagacidad. Prefiero la noche al día. La oscuridad a la luz. Sólo rodeada de tinieblas puedes encontrarte a ti misma.
Salvarme yo, sin esperar a que otros lo hagan. Quiero apostar por mí, por mi esencia.
¿Dónde firmo?
No quiero pasar mis días mirando al horizonte, esperando ver llegar a mi príncipe azul a lomos de su caballo para rescatarme. ¿Quién es ese Señor? ¿Y por qué tengo que vivir feliz para siempre con él?
Quiero montar en mi escoba, salir a buscarlo, y pasarme la noche en vela con él. Quiero salir de la torre. Volar con la luna y las estrellas. Porque mientras las princesas duermen, las brujas vuelan.
Quiero rodearme de otras brujas, otros villanos, aprender de ellos. De su inventiva para ganar la batalla a los reyes y princesas. Quiero volar en libertad. Toda la noche. Volver al amanecer y dormir hasta tarde. Y olvidarme del guisante debajo de los catorce colchones.
No quiero que nadie me espere en vela. No quiero reinas frustradas con la crisis de los cuarenta. No quiero madrastras envidiosas que quieran mi corazón en un cofre. No quiero reyes que acuerden mi matrimonio por ampliar su reino.
Que nadie me vista, me peine o me bañe. No quiero cantar con los pajarillos. Quiero volar con ellos.
Prefiero sentir, respirar, vivir, amar y sufrir. Sólo con el sufrimiento llegamos a la verdadera esencia de nosotros mismos. Anhelo tocar fondo, renegar de mi misma, y resurgir de mis cenizas.
Las princesas no se exponen, no eligen. No fallan. Las princesas no sufren. Aceptan su destino escrito con resignación, pacientemente, porque creen que al final comerán perdices y vivirán felices para siempre. O eso es lo que les han prometido. Porque no cuestionan, no rebaten, no sospechan.
Yo no quiero ser princesa. Yo quiero elegir a mi príncipe azul. Y a ser posible que no sea ni príncipe, ni azul. Quiero a un villano que no me hechice, pero que me haga sentir encantada todos los días.
Que no tenga un castillo dónde sentirme segura, prefiero que tenga unos ojos que me hagan caer en el abismo. Sentir el vértigo a su lado. Que no me prometa riquezas, que me prometa lucha.
Cambio príncipe apuesto por canalla. Que me quiera por bruja, no por princesa.
Que también esté perseguido, para que cada día tengamos que escondernos en un sitio diferente. Que me enamore con su pillería, no con su sonrisa.
Cambio matrimonio y amor eterno, por libertad y locura. Yo no quiero un cuento con final feliz. Quiero escribir mi historia cada día. Que yo no soy de las que quieren comer perdices, prefiero beber champán.
Vivir en riesgo o morir en el intento. Estar agradecida por estar viva. Exprimir cada día como si fuese el último. Porque mañana puede que me juzguen y acabar en la hoguera.
Porque a las brujas se las quema en la hoguera, pero a las princesas se las mata en vida. Por eso, devuelvo mi hada madrina, pero por favor, dame una escoba.