Y entonces se cansó de
ir por el mundo rogando amor
y compañía, aprendió poco a
poco a valerse por sí misma.
Se dio cuenta que se merecía
lo más bonito, que para vivir
sonreír era un requisito.
Se amó tanto que la llamaron
egoísta, pero ella ya no hacía
caso a lo que decían, ya no
perdía el tiempo en tonterías,
solamente sonreía, sonreía,
sonreía.
Ojalá nunca hayas leído nada de lo que te he escrito,
porque me destrozaría saber que, a pesar de eso, no me has buscado.
Mario Benedetti