Habemos quienes,
nos enamoramos de un hombre mucho más allá de su envoltura…
Nos enamora su misterio,
su exquisita inteligencia,
su sutil y a la vez desbocada forma de seducir,
su autosuficiencia.
La magia que crea en cada espacio que pisa,
el tiempo que detiene cuando habla de lo que ama…
el que ame lo simple, la vida,
los caminos que transforma con sus pasos.
El mundo que conquista con sólo ser.
Esos hombres son escasos,
saben meterse dentro de otra mente hambrienta de cielo,
porque en su pecho guardan
constelaciones completas.
Viven libres,
y el tiempo los vuelve más lúcidos,
más románticos,
más reales,
más poetas;
y para rimar con el estado de ánimo de tus ojos
siempre tienen la palabra perfecta.
Saben reír y también llorar,
saben ser amados y también amar;
se revolucionan en una cama,
en una puesta de sol,
algunos, en un papel,
o en una montaña.
Son fáciles de amar
y difíciles de olvidar.
Inconfundibles de uno a otro extremo;
hecatombes,
precipicio,
fuego…
hombres que sí,
hombres todo terreno.
