Si no nos hubieran robado nuestra esencia de niños, hoy seríamos más felices.
Si nos hubieran dejado libres, hoy no estaríamos presos en este mundo material.
Si no nos hubieran obligado a encajar, hoy habría más personas haciendo lo que les gusta.
Si tan solo aceptáramos con el paso del tiempo que no tenemos que ser iguales a otros, si dejáramos de nadar contra la corriente y aceptar nuestro ser como único y maravilloso.
Si dejáramos de competir, programar y angustiarnos por todo y solo fluyéramos como el río hacia el mar sin cuestionar nada, si volviéramos a sentir como niños y amar como ellos.
Tal vez habría menos adultos enfermos, menos heridos buscando culpables, menos dolor transitando por las calles.
Si dejáramos salir a nuestro niño interior y lo dejáramos volar sin rumbo, sin ataduras, sin culpas, sería el mejor regalo que pudiésemos regalarnos.