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jueves, 23 de diciembre de 2021

Amor herido

 


Amor herido  
  "De cada amor herido, hay un suspiro no llegado, un beso suspendido en el cordel de un tiempo frustrado. Somos fantasmas de un sueño quebrado, sombras inertes de un pasado".
  La estrofa de esa página abierta en la mitad del libro, sin duda, es una llave de apertura, una sutil invitación, es una delicadeza de la fuente del amor, para volver desandando el sendero del olvido y sumergirme nuevamente, en sus aguas sanadoras. 
  Sin embargo, el “amor herido” aún no vislumbra cicatrices cerradas ni movimientos ligeros, sí se ven cubiertas, comprimidas por un vendaje protector. Sé que el amor en sí, no muere, a veces muta de rostro, de mirada, de color; pero, aun así, no se avizora el profundo sentimiento que impulse una imagen al cielo de la ilusión.
  Es por ello que el éter se ve pesado, turbulento. Los suspiros de amor agitan sus alas con bravura antes de ser tragados por el negro dragón de la tromba nociva…y quedan allí, en ese desvío ascendente con destino incierto madurando un beso que nunca se desprende.   Árbol nuevo de hojas verdes y de frutos insipientes, racimos de bocas carmesí por donde el tiempo transita una flora de pasión y se pierde en la inutilidad ociosa de una espera que va muriéndose lentamente en mansedumbre, en docilidad perenne…y el beso, en su gesto, se transforma en pálida mímica de añoranza.
  Ya intangible, a nada pertenezco. Soy de aquí y de allá. Deambulo con mis alas desplegadas en sueños ajenos buscando reposo en un rincón apacible, tierno y cálido. Mi luz se agiganta, aunque nadie la perciba y sobrepasa, al fin, el perfil de mi desnudez espiritual. Palpito tan fuertemente que agrieto en trozos las murallas del descanso nocturno…y ya nada es igual. La luz estalla en lágrimas de oro y atraviesa como torrente de lluvia las perspectivas mundanas en otra nueva realidad.
  Aún las sombras permanecen, quietas entre su manto oscuro, encapuchadas, amorfías, con deseos de abarcarlo todo, aunque saben que el hilo del pasado no es elástico ni de largo recorrido. El recuerdo llega a ser, entonces, una dolorida y angustiosa transición; un tiempo amargo que agita alas de plumas pesadas, pero que lentamente se escurre entre las grietas de un dolor con vestido de resiliencia.
  Mis manos tiemblan bajo el influjo del acorde negativo de mi pensamiento. Reverdecer sin brotes es pensar en milagros, es una tentación esperanzada, es un retoño revivido del ayer, es una ilusión iluminada, es escalón para impulsar una fe marchitada. 
  Aun así, me detengo entre instantes, entre pasos de mirada gacha, buscando dentro de mí aquella antigua fragancia del amor; aquel deseo de florecer entre ramas de un destino maquillado por vientos de frescura…y renacer por sobre ese sabor a nada, en un paladar que espera del todo, lo mejor.
Antonio Papalia