Aprendí a no juzgar a las personas, porque yo conozco mis errores. Y además, conozco a Dios;
el Señor dice que nos juzgará con la misma vara que usamos con el prójimo.
Y poco a poco voy dejando de criticar, juzgar, o acusar al prójimo. Vivo y dejo vivir. Porque un día estaré delante de Dios.
Y yo, un gran pecador... ese día necesitaré toneladas de misericordia.
Y cuando mi maldad me empuja a juzgar o criticar, yo pienso: "Juicio no, yo quiero misericordia".